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24 de febrero de 2010

Doña Juana


En la casa que habitamos durante muchos años en Teocelo, en la calle Francisco I. Madero la que aún extraño, esa que tenía un gran jardín y árboles, un pozo bien profundo, deteriorada por el tiempo y mucho espacio.
Ahí, vivía Doña Juana, una viejita solitaria que había pedido permiso a mis papás de hacerse un jacalito de madera en el traspatio, vendía petróleo, leña y carbón, vendía fuego, luz, aire; su casa era pequeña, pero aún la recuerdo con tanta facilidad que incluso me sorprende; su gesto apagado, sus ojos tristes y esa soledad que cargaba en sus hombros se hacía notar hasta en su caminar jorobado y lento, me pregunto si alguién más la recuerda. Alguna vez llegaron a visitarla unos parientes como ella decía, sólo a pedirle dinero, entonces ella los corrió, pero jamás volvieron, siempre nos dió curiosidad una olla de barro con monedas, de la que sacaba su cambio cuando nos despachaba petróleo o leña. Cuando nos cambiamos de casa, Doña Juana tuvo que buscar un traspatio más, porque la casa nueva no tenía el espacio necesario, me sentí apenada porque mis papás de cierta manera la dejaron ir, lo cual me desconcertaba mucho, en mis sueños de niña, la miraba
buscándonos, perdida en un bosque, sola y triste.
Ella al igual que mi hermana y yo debió extrañar mucho la casota vieja, esa casa es enigmática, el pozo, las tejas, las ratas, la tuza, el rifle de Don Fili(†) recargado en la pared, el que mató a la tuza que estaba dejando huecos los cimientos, ese que no podíamos tocar pero que miles de veces jugué a escondidas de mis papás, los árboles que silbaban con el viento y los buhos, la calle sola y fangosa, los hoyos en la pared encalada donde vivían las arañas, el lavadero de cemento atrás de la casa, los panales de avispas iracundas que me picaron implacables varias veces, la jaula del conejo, la herramienta vieja, la palmera en la salida de la cocina, una puerta roja de madera vieja que debíamos atrancar todas las noches, las ventanas altas de herrería, por donde espiábamos a Doña Juana cuando se iba y cuando venía, pa' poder usmear y jugar afuera de su jacalito, toda una aventura, un hilo fino en el que que se tambalean los recuerdos de mi pasado, de mi infancia.

La infancia... ay! una bella palabra, para aplicar en toda una vida, para recordar y vivir, para amar, para atreverse, para saber desacerse de las cosas con toda facilidad, perdonar y pedir perdón, olvidarse de horarios y checadores, de oficios y oficinas, para darle más importancia al cielo estrellado que a los lugares llenos de estrellas, ser niño no es más que eso, ser uno mismo.

Y Doña Juana entonces pocos años después, murió, en un terrenito valdío, dentro de su jacalito de madera, sola, lejos de todo y de todos, sin nosotros, su única familia.
Aún hoy me he llegado a sentir culpable por eso, quisiera donde quiera que esté, pedirle perdón por la indiferencia, decirle que la recuerdo, que no ha desaparecido, que habitan en mi memoria, su jacal, su olla de monedas y su mirada fija.
Gracias.

1 comentario:

  1. Snif... tambien extraño a doña juana y a todas esas cosas que por indiferencia olvide de mi infancia..... y sabes que más voy a extrañar??? mi vista cuando la pierda por tu ... che puta fondo negro y letras que me tiemblan y hacen ver todo a rayas... ja, ja, ja pero aun así te quiero te admiro y te envidio la facilidad que tienes para conectarte con tus pensamientos... por siempre tuyo.... chuito¡¡

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